miércoles, 25 de enero de 2012

La última melodía

           Es increíble que al dejarte llevar por un sinfín de palabras que viajan en un campo de ondas mecánicas, puedas vivir tan buenos momentos.

Tras tanto tiempo de letargo, hoy la música me las ha vuelto a despertar. Y ellas, como si no lo hubiesen hecho nunca, se han puesto a volar por mi cabeza rápidamente. Entre tanto aleteo, y como si de un experimento de psicofisiología se tratase, han activado aquella estructura cerebral humana encargada de formar y almacenar los sucesos emocionales: la amígdala. Se ha erizado toda mi piel, he sentido un escalofrío, mi corazón ha dado un vuelco... y entonces, ingenuamente, me he dejado envolver por todas esas sensaciones. Sólo he necesitado cerrar los ojos para visualizar aquel momento.

Estoy tumbada, ¿la única imagen de la que dispongo?: una enorme Luna llena rodeada de un millón de estrellas. Es una noche  de Agosto preciosa. ¡¿Agosto?!

En un impulso me incorporo y miro al frente: el Mar. Me dejo querer por él una vez más. Tras varios minutos,  una caricia interrumpe este momento. ¡¿Una caricia?!

Espera… ¡No estoy sola! Su mano toma con ternura mi cara, haciendo girar mi cabeza lentamente… Es él. ¡Cuánto tiempo! Le miro y sonrío tímidamente. Entonces, empujada por una cálida brisa me lanzo a recorrer los diez centímetros que separan su boca de la mía. Sus ojos y los míos cada vez están más cerca. Cinco centímetros… ya puedo sentir su respiración… Dos centímetros…  Qué cerquita le tengo…

Pero… La última melodía contenida en aquél sinfín de palabras que viajaban sobre el campo de ondas mecánicas adquiere un significado: “Perdón si no te supe amar”. En ese momento una bocanada de aire frío hace que todo vuelva atrás a la velocidad de la luz, ya no noto su respiración, sus ojos se alejan de los míos, su boca está cada vez más lejos, no le veo, el mar, las estrellas, la Luna… Todo pasa tan rápido que no me da tiempo a despedirme. Entonces se abren mis ojos. Estoy tumbada, pero esta vez no es arena lo que hay bajo mi cuerpo. Echo un vistazo alrededor… Mi habitación.

 “¿No le has besado?” preguntan mis curiosas mariposas.
“Sólo ha sido un sueño” respondo entre lágrimas. “Y como Calderón de la Barca apuntaba…  los sueños, sueños son”.


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