lunes, 16 de abril de 2012

Autodestrucción



Por más que me empeñe en negar lo que siento, nadie puede engañarse a sí mismo; por ello hoy, tras estas palabras se esconde aquello que nunca te he podido decir: te quiero. 

Tenía que pasar así, porque en la vida todo vuelve, tanto lo positivo como lo negativo y en esta partida aún no se había jugado la última carta. 

Aventuré cuando te conocí qué es lo que pasaría, y cuánto me duele hoy no haberme equivocado. 

Y puesto que requiere el mismo trabajo amar que odiar, hoy día me esfuerzo para conseguir lo segundo y con ello me consumo. 

Porque amar puede doler… Pero odiar nos destruye.

martes, 21 de febrero de 2012

Idilio cuasiperfecto

Me encanta el mar, cuando tengo momentos de bajón me gusta ir hasta allí, tumbarme en la fina arena, tocar el agua con los dedos de los pies y cerrar los ojos. Sentir como una fresca brisa acaricia mi cara, escuchar el murmullo de los pájaros sobre mi cabeza, percibir ese aroma... Entonces, mi alma me abandona. Es mi cuerpo el que se encarga de disfrutar de tanta belleza. ¿Puede algún hombre ser capaz de hacerme sentir esto? Hasta ahora no... Por eso, seguirá siendo el mar mi más íntimo amante.

Fui divagando entre hombres, comparando con tristeza que ninguno me hacía disfrutar tanto como lo hacía el mar. Entonces le conocí, supe que me iba a enamorar perdidamente de él, cuando me obsequió con la más azul de sus miradas. Mi vida no volvería a tener sentido sin probar, al menos, el sabor de sus labios. Todo mi ser soñaba con perderse en su cuerpo. Era tal la belleza que desprendía que no podía dejar de soñarle. Todo en él era poesía. No me importaría pasar mi vida entera mirando sus ojos.

Fue larga la espera, pero nos volvimos a encontrar. Le miré, como tantas veces lo hice en mis sueños... pero esta vez era diferente, esta vez ¡él también me miró! Fue efímero... pero mi alma se escapó, dejando libre a un cuerpo que sólo quería disfrutar de aquel paisaje. Sí, la misma sensación que en mis momentos con el mar. Pasaron pocos días hasta que volví a verle. No podía dejarle escapar, así que cual ola me fui dejando llevar y por primera vez besé sus labios. Tan salados... No podía parar de besarle. Nos tocamos, nos miramos, nos olimos. Se desbordó la pasión. Hicimos el amor... una vez, y otra y otra... y otra. Al poco tiempo, me dijo: "He intentado enamorarme de tí... pero no he podido" Esas palabras han recorrido mi interior sin rumbo alguno. Han subido y bajado sin cesar por mi cuerpo, provocándome un intenso dolor.

Pero esta historia no podía acabar así. Debíamos dejar que por última vez nuestros cuerpos se enlazaran, ellos no tienen la culpa de nuestros miedos, y aún así, pagarán su condena. Y así lo hicimos, nos dejamos llevar por la pasión una última vez, y tras el placer nos quedamos dormidos. Toda la noche recé para que ese momento no se acabara nunca. Pero lo hizo, con la desagradable banda sonora de un despertador. Nos levantamos, nos tomamos el último café mirando por la ventana, como solíamos hacer. Y luego, bajo su portal nos dimos el último beso. Fue un rápido adiós. Así fue como conformamos nuestro idilio cuasiperfecto.

miércoles, 25 de enero de 2012

Un día de esos

Cuando desperté esta mañana y encendí la luz de mi habitación, supe que hoy iba a ser 
un día de esos. 
En los que por más que te frotes los ojos, todo se ve de un sólo color. 
Uno de esos días
en los que te quedarías acostada, dejando que emane de tu interior un manantial de lágrimas. 

Pero es la propia vida la que te empuja a levantarte, la que te dice que no te puedes permitir perder el tiempo con tus cosas, que tienes que salir y cumplir con tus obligaciones. 
En un alarde de responsabilidad, saltas de la cama. 
Vas a tu armario, camiseta gris para hoy… 
Una vez más, el destino te envía una señal: 
hoy será un día de esos. 

En los que ni el más caliente de los cafés puede hacer que tu corazón deje de tiritar. 
Aún así te lanzas, sales a la calle con la esperanza de que alguien te pueda hacer sonreír. 
Buscas entre la gente y entiendes que hoy sólo puede conseguirlo él… Pero él no está. 

Asumes que hoy tenía que ser un día de esos y decides volver a casa, desnudarte, meterte en la cama y llorar… 

Llorar hasta conseguir quitarle la ropa a tu alma, para que abrazada a tu cuerpo, recupere las ganas de salir de su lecho.

La última melodía

           Es increíble que al dejarte llevar por un sinfín de palabras que viajan en un campo de ondas mecánicas, puedas vivir tan buenos momentos.

Tras tanto tiempo de letargo, hoy la música me las ha vuelto a despertar. Y ellas, como si no lo hubiesen hecho nunca, se han puesto a volar por mi cabeza rápidamente. Entre tanto aleteo, y como si de un experimento de psicofisiología se tratase, han activado aquella estructura cerebral humana encargada de formar y almacenar los sucesos emocionales: la amígdala. Se ha erizado toda mi piel, he sentido un escalofrío, mi corazón ha dado un vuelco... y entonces, ingenuamente, me he dejado envolver por todas esas sensaciones. Sólo he necesitado cerrar los ojos para visualizar aquel momento.

Estoy tumbada, ¿la única imagen de la que dispongo?: una enorme Luna llena rodeada de un millón de estrellas. Es una noche  de Agosto preciosa. ¡¿Agosto?!

En un impulso me incorporo y miro al frente: el Mar. Me dejo querer por él una vez más. Tras varios minutos,  una caricia interrumpe este momento. ¡¿Una caricia?!

Espera… ¡No estoy sola! Su mano toma con ternura mi cara, haciendo girar mi cabeza lentamente… Es él. ¡Cuánto tiempo! Le miro y sonrío tímidamente. Entonces, empujada por una cálida brisa me lanzo a recorrer los diez centímetros que separan su boca de la mía. Sus ojos y los míos cada vez están más cerca. Cinco centímetros… ya puedo sentir su respiración… Dos centímetros…  Qué cerquita le tengo…

Pero… La última melodía contenida en aquél sinfín de palabras que viajaban sobre el campo de ondas mecánicas adquiere un significado: “Perdón si no te supe amar”. En ese momento una bocanada de aire frío hace que todo vuelva atrás a la velocidad de la luz, ya no noto su respiración, sus ojos se alejan de los míos, su boca está cada vez más lejos, no le veo, el mar, las estrellas, la Luna… Todo pasa tan rápido que no me da tiempo a despedirme. Entonces se abren mis ojos. Estoy tumbada, pero esta vez no es arena lo que hay bajo mi cuerpo. Echo un vistazo alrededor… Mi habitación.

 “¿No le has besado?” preguntan mis curiosas mariposas.
“Sólo ha sido un sueño” respondo entre lágrimas. “Y como Calderón de la Barca apuntaba…  los sueños, sueños son”.