martes, 21 de febrero de 2012

Idilio cuasiperfecto

Me encanta el mar, cuando tengo momentos de bajón me gusta ir hasta allí, tumbarme en la fina arena, tocar el agua con los dedos de los pies y cerrar los ojos. Sentir como una fresca brisa acaricia mi cara, escuchar el murmullo de los pájaros sobre mi cabeza, percibir ese aroma... Entonces, mi alma me abandona. Es mi cuerpo el que se encarga de disfrutar de tanta belleza. ¿Puede algún hombre ser capaz de hacerme sentir esto? Hasta ahora no... Por eso, seguirá siendo el mar mi más íntimo amante.

Fui divagando entre hombres, comparando con tristeza que ninguno me hacía disfrutar tanto como lo hacía el mar. Entonces le conocí, supe que me iba a enamorar perdidamente de él, cuando me obsequió con la más azul de sus miradas. Mi vida no volvería a tener sentido sin probar, al menos, el sabor de sus labios. Todo mi ser soñaba con perderse en su cuerpo. Era tal la belleza que desprendía que no podía dejar de soñarle. Todo en él era poesía. No me importaría pasar mi vida entera mirando sus ojos.

Fue larga la espera, pero nos volvimos a encontrar. Le miré, como tantas veces lo hice en mis sueños... pero esta vez era diferente, esta vez ¡él también me miró! Fue efímero... pero mi alma se escapó, dejando libre a un cuerpo que sólo quería disfrutar de aquel paisaje. Sí, la misma sensación que en mis momentos con el mar. Pasaron pocos días hasta que volví a verle. No podía dejarle escapar, así que cual ola me fui dejando llevar y por primera vez besé sus labios. Tan salados... No podía parar de besarle. Nos tocamos, nos miramos, nos olimos. Se desbordó la pasión. Hicimos el amor... una vez, y otra y otra... y otra. Al poco tiempo, me dijo: "He intentado enamorarme de tí... pero no he podido" Esas palabras han recorrido mi interior sin rumbo alguno. Han subido y bajado sin cesar por mi cuerpo, provocándome un intenso dolor.

Pero esta historia no podía acabar así. Debíamos dejar que por última vez nuestros cuerpos se enlazaran, ellos no tienen la culpa de nuestros miedos, y aún así, pagarán su condena. Y así lo hicimos, nos dejamos llevar por la pasión una última vez, y tras el placer nos quedamos dormidos. Toda la noche recé para que ese momento no se acabara nunca. Pero lo hizo, con la desagradable banda sonora de un despertador. Nos levantamos, nos tomamos el último café mirando por la ventana, como solíamos hacer. Y luego, bajo su portal nos dimos el último beso. Fue un rápido adiós. Así fue como conformamos nuestro idilio cuasiperfecto.

2 comentarios:

  1. Cuando das el ultimo beso nunca sabes que va a ser el ultimo beso, y cuando lo haces... tampoco sabes que sera la ultima vez que tengas a esa persona en tu cama.

    ResponderEliminar